Algunos lineamientos para el análisis de una psicopatología vincular
Psicología social – Psicopatología vincular
La psicología social implica una concepción del sujeto como ser complejo y sostiene la esencia social del psiquismo, ya que entiende que entre el orden social e histórico y la subjetividad existe una relación dialéctica y fundante (Pampliega de Quiroga, 1998).
El mundo interno (Pichon Rivière, 1981) es la dimensión intrapsíquica que se configura a partir de la internalización del sistema de relaciones externo. Los objetos y vínculos introyectados responden a la metamorfosis que sufre el pasaje fantaseado de la trama argumental externa al constituirse en interna. Es en el vínculo entre la madre y el hijo que el psiquismo se va configurando. El psiquismo humano es posible por el tipo de organización biológica del hombre y por su inserción en un mundo entretejido de relaciones sociales (Pampliega de Quiroga, 2004).
Puede observarse que en la constitución del psiquismo están jerarquizadas las relaciones reales. Las experiencias de la persona con otros que gratifican o frustran, generando reacciones de amor u hostilidad, son la condición de posibilidad de la configuración del mundo interno que el sujeto reconstruye.
Se define al psiquismo como el producto final cualitativamente diferenciado de un funcionamiento biológico, físico y químico, en un contexto social particular (Pampliega de Quiroga, 2004). El análisis de la constitución del sujeto se hace desde una perspectiva dialéctica (Pampliega de Quiroga, 2008) y se comprende a través del interjuego de diferentes contradicciones que se interpenetran. La necesidad que se expresa biológicamente en el bebé a través del hambre, es satisfecha en el vínculo con la madre o sustituto, la que también da afecto, abrigo y calor, generando las condiciones para el desarrollo de la representación. En la interioridad del vínculo emerge la simbolización. El desarrollo del psiquismo es posible por la maduración del sistema nervioso y las relaciones con otros seres humanos (Pampliega de Quiroga, 2004).
Escenas vinculares particulares se despliegan en las diversas formas clínicas
Contexto social que incentiva el despliegue de vínculos histéricos
El psiquismo, grupo interno configurado por un sistema de identificaciones en una conformación grupal, tiene su propia dinámica que interactúa con los diversos grupos sociales en los que cada sujeto está incluido. Las modalidades vinculares que predominan en una sociedad, refuerzan o transforman la vincularidad interna.
La exacerbación del consumo ocupa la escena social contemporánea. Los objetos reemplazan a los vínculos en los cuales al decir de Yupanqui “un amigo es uno mismo en el cuero de otro” o al decir de Freire “el otro es otro necesario para mi liberación”, o cuando Juan Gelman expresa la profundidad de Benedetti en la frase “de todos modos yo soy otro”…
Se ensalza la fragilidad, la fragmentación en los vínculos, en una cultura de consumo partidaria de los productos listos para uso inmediato, las soluciones rápidas y la satisfacción instantánea, los resultados que no requieran esfuerzos prolongados…deseo sin espera, esfuerzo sin sudor y resultados sin esfuerzo es la consigna, tal como lo describe Zigmunt Bauman (2005).
En el caso de los vínculos amorosos se privilegia la rápida satisfacción de las ganas por sobre la satisfacción de necesidades que implican la autorealización mediante la trascencencia que solo se logra en un vínculo de compromiso con otro y requiere de operaciones complejas que aplazan la satisfacción inmediata. Los vínculos en los cuales se trasciende la ambivalencia se despliegan con una tarea en común y un proyecto que incluye pasado, presente y futuro.
Los vínculos humanos suelen transformarse en conexiones casuales que dejan la puerta abierta para que entre el próximo objeto de consumo. Así vemos a esos hombres y mujeres que establecen vínculos lábiles, las escenas de seducción se suceden y siempre se está esperando un mejor objeto de gratificación que no llega.
Dinámica del mundo interno
La estructura psicodinámica profunda en la histeria supone relaciones conflictivas intensas en la situación triangular. Los conflictos se entablan entre una representación idealizada de los integrantes de la pareja parental y una figura denigrada de un tercero excluido de esa pareja. La integración de esa escena está obstaculizada.
Las ansiedades oscilan entre la asunción de la exclusión y la vivencia de denigración e impotencia, o el colocarse en una posición omnipotente que accione como rescate de las fantasías concomitantes a esa vivencia.
Las defensas típicas son: la represión de la sexualidad y los fenómenos disociativos.
Sucede frecuentemente, que a causa de la represión, el amor se transforma en agresión, por ejemplo hacia un hijo con el que el vínculo es incestuoso.
La disociación entre el amor y el odio o la agresión, se expresa en conductas inconscientes, que impiden el insight y la elaboración de escenas y situaciones (Fiorini, 1993)
Enrique Pichon Rivière (1979) describe el tipo de vínculo que despliega una estructura histérica. La característica principal es la representación, la plasticidad y la dramaticidad. A la representación subyacen escenas, fantasías y conflictos inconscientes que al no elaborarse se reiteran.
Organización caracterológica
El carácter histérico presenta rasgos destacados (Fiorini, 1993)
- Tendencia a configurar escenas en situaciones de interacción de la vida cotidiana, que dramaticen aspectos de la conflictiva triangular: inclusión, exclusión, ilusión, desilusión, idealización, denigración
- Posición egocentrada o narcisista. La secuencia suele ser la siguiente: un yo narcisista inicia activamente la puesta en juego de una escena dramática; la posición pasiva sobreviene con la desilusión. En esta problemática encontramos una oscilación entre actividad y pasividad.
- Tendencia a presionar las situaciones de interacción de modo de hacer hablar a todos un lenguaje de afectos
Según Henri Ey, Bernard y Brisset (1975) en el carácter histérico hay que destacar tres aspectos fundamentales: la sugestibilidad, la mitomanía y las alteraciones sexuales.
En relación a la sugestibilidad, el histérico es influenciable e inconsistente, ya que su identidad no está firmemente establecida, por lo que carece de autenticidad.
La mitomanía se relaciona con la falsificación de sus relaciones, en las que abunda la comedia, las mentiras y fabulaciones. Su existencia consiste, en una serie de escenas y aventuras imaginarias.
La sexualidad está profundamente alterada. En esta área las expresiones emocionales y pasionales tienen un contenido teatral y excesivo que contrasta con fuertes inhibiciones sexuales. El donjuanismo masculino y el mesalinismo femenino de los histéricos ocultan la impotencia, la frigidez o las perversiones.
El donjuanismo corresponde en su acepción corriente, al individuo cuya exaltación erótica (hipererotismo) lo lleva a la conquista de mujeres en forma reiterada. Este afán obsesivo de obtener enamoradas no va acompañado habitualmente de actividad sexual genital; no es un dechado ni el paradigma de la virilidad, sino un infravalorado, inseguro (para algunos, afeminado) o un tímido sobrecompensado que busca en las conquistas un reconocimiento consciente o no de una propia minusvalía. Se diferencia del casanovismo, que por definición corresponde a varones hipereróticos, satisfechos, que gozan en dejar contentas a sus mujeres y no “enamoradas abandonadas” como el Don Juan.
El mesalinismo, es un término que proviene de Valeria Mesalina, la esposa de Claudio, el emperador romano. Esta hermosa muchacha tenía solo dieciséis años cuando se casó con Claudio, que contaba con cincuenta. Además, era cojo, y sordo, e incluso físicamente desagradaba a todo el mundo. Mesalina contrajo matrimonio con él, obviamente no por amor o atracción, sino por sus ansias de poder. Se comportó al principio con toda corrección, pero con el tiempo empezó a corromperse y hacer uso de su extraordinaria belleza para conquistar a senadores, militares y cualquier hombre que pudiera servir a sus propósitos, sin importar clase, parentesco, o riqueza. Su fama de seductora se convirtió en una leyenda. Uno de los escándalos más nombrados en los que estuvo envuelta, fue cuando decidió competir con todas las prostitutas de Roma, en cuanto a la cantidad de hombres con los que pudieran unirse sexualmente durante un plazo y Mesalina ganó. Se dice que llegó a deshacerse de quienes ella consideraba una amenaza para sus oscuros designios, o de aquellos que simplemente no le agradaban. De esta manera, Mesalina se convirtió también en una gran asesina. A partir de esta historia ejerce mesalinismo toda mujer que seduce, aparentando gran deseo sexual, a todo hombre que pudiera servir a sus propósitos (Romi, 2004).
Los rasgos cásicos del retrato histérico son (Ey, Bernard y Brisset, 1975)
- La inconsistencia de la identificación y de la unidad de la persona. El yo del histérico no ha conseguido organizarse de acuerdo a una identificación de su propia persona; la máscara del personaje oculta completamente a la persona. Este defecto de identificación al ideal de sí mismo proviene de un conflicto infantil en la situación triangular, como se desarrolló más arriba. La personalidad del histérico se desarrolla construyendo un falso personaje, que vive una falsa existencia.
- La represión de los acontecimientos reales. El histérico no logra armar cronológicamente los recuerdos de su existencia. La represión hace desaparecer los recuerdos reales y se manifiestan las amnesias, lagunas y recuerdos encubridores. Esta neurosis se expresa como deseo de gustar, de exhibirse, de seducir, de ofrecerse como un espectáculo.
- La falsificación de la existencia. El histérico vive en un mundo ficticio debido a la represión y por la erotización de la imaginación; predominan los goces del juego y del simulacro. Con frecuencia, la vida del histérico encuentra su marco natural en el ambiente artístico. Y así, paradójicamente vive realmente su mundo artificial.
Estilo de comunicación
El estilo de comunicación histérico es impresionista; se basa en vivencias y en sensaciones. Es un estilo que rechaza la posibilidad de establecer relaciones de tipo histórico y reflexionar sobre ellas; omite además toda consideración hacia los otros.
Transferencialmente los pacientes ejercen presión para que el terapeuta establezca una alianza con ellos, dándoles la razón.
Otro rasgo de este estilo de comunicación es la tendencia a vivir emociones y hacerlas vivir al otro, no dando lugar a las significaciones; se expresan en un lenguaje de afectos, no desarrollando un pensamiento de significaciones; buscan lograr así la resonancia empática.
Proceso terapéutico y elementos técnicos
Constitución del vínculo terapéutico
El contrato terapéutico se establece con relativa facilidad con personas con una estructura histérica (la dificultad es significativamente mayor en las estructuras fóbicas y obsesivas). Sin embargo, la alianza terapéutica es costosa, ya que la relación transferencial se dificulta por la intensa ambivalencia. La rivalidad y la consecuente lucha por el poder se expresan en obstáculos para el sostenimiento del encuadre terapéutico (horarios, duración de la sesión, frecuencia, honorarios, vacaciones).
Si las intervenciones cuestionan su posición egocentrada, el paciente resiste esa dirección, cuestionándola.
El vínculo terapéutico es un foco de trabajo permanente, ya que el sentimiento de ambivalencia es intenso. Es necesario elaborar esta ambivalencia con el vínculo y con la tarea.
El estado de alerta del terapeuta tiene que ser constante, siendo receptivo a toda manifestación resistencial y transferencial.
Exploración de situaciones cotidianas de conflicto
En el relato histérico, existe una variedad de vínculos y escenas en las cuales predomina el conflicto. La tarea terapéutica consiste en reconocer y mostrar que hay una unidad que subyace a esa diversidad de experiencias conflictivas. Hay un ciclo rígido de repeticiones en la interacción, en las cuales se manifiesta la siguiente secuencia: ilusión, frustración, decepción y agresión, respuesta agresiva de los otros, depresión, nueva ilusión.
Es necesario relevar los modos histéricos de comunicación, percepción e ideación.
El histérico apela a un lenguaje de afectos; tiene un estilo impresionista de registro de datos y los ordena de acuerdo a su organización narcisista. La comunicación en el vínculo es distorsionada, por lo que el otro reacciona con hostilidad. Es necesario crear una progresiva discriminación de las situaciones y vínculos conflictivos para que la persona se interrogue sobre su conducta y el efecto que tiene sobre los demás. Es necesario, cuestionar esa actitud ingenua y ese enfoque que naturaliza en el relato, el acontecer y sus efectos emocionales. Hay que confrontar los modos histéricos de codificación de las conductas propias y ajenas en el vínculo.
Las situaciones de interacción son interpretadas por el histérico en un código inconsciente que se asienta en varias polaridades: activo-pasivo; sujeto-objeto del deseo; deseo-prohibición; impotencia-omnipotencia; placer-displacer; seducción-fracaso de la seducción; resonancia empática-indiferencia: provocar resonancia empática en el otro-fracaso de la atracción (codificado como aburrimiento, indiferencia, vacío, ausencia del interlocutor).
En el psiquismo de la estructura histérica hay escenas básicas que la persona vive, busca y cree encontrar en sus vínculos con los otros (Fiorini, 1993):
- Estado depresivo. La persona fantasea situaciones idealizadas en las que es protagonista
- Escena de seducción y erotización revitalizante
- Consumación de la seducción de un personaje idealizado, exclusión del rival en una situación vincular. Vivencias de triunfo y exaltación
- Fracaso de la seducción; frustración
- Estado depresivo, resentimiento; retorno a las fantasías de situaciones idealizadas
La técnica psicoterapéutica incluye la construcción de un pensamiento dialéctico que implica la posibilidad de discriminación entre el mundo interno del paciente y los contenidos objetivos de la interacción y la situación particular en la que está inmerso.
El paciente con una personalidad histérica predominante induce al otro a actuar en escenas que expresan sus fantasías inconscientes. El terapeuta tiene la función de contener esas fantasías, decodificarlas y devolverlas interpretando el material con el objetivo de clarificar y distinguir los vínculos y escenas internas, de las externas.
Estas escenas son actualizaciones de otras derivadas de la situación triangular básica (Pichon Rivière, 1981). Es importante la comprensión de que ese juego de rivalidades y exclusiones remite a una triangularidad no elaborada, en la que danzan las imagos materna y paterna, resultado de vínculos concretos interiorizados en un momento de la historia vital de la persona. “En esas imagos aparecen cristalizadas las identificaciones propias del Edipo histérico: hombre idealizado, hombre castrado, mujer idealizada, mujer denigrada” (Fiorini, 1993, p. 79). El reconocimiento de estas figuras de identificación permite la reconstrucción de una historia de interacciones subjetivadas. Es necesario elaborar el duelo por la pérdida de las imagos idealizadas, aceptando las carencias reales que no permitieron el predominio de la satisfacción de las necesidades.
El objetivo terapéutico es la integración en la ambivalencia del amor y el odio en los vínculos parentales, lo que diluye la rivalidad y la vivencia de denigración e impotencia en este tipo de pacientes, haciéndose posible la constitución de vínculos amorosos maduros.
Cuando este objetivo se cumple y la transformación de la conducta se consolida están dadas las condiciones para la finalización del tratamiento.
Referencias bibliográficas
Bauman, Z. (2005). Amor líquido. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina.
Ey, H., Bernard P. y Ch. Brisset (1975).Tratado de Psiquiatría (7ª ed.). Barcelona: Toray-Masson, S. A.
Fiorini, H. (1993). Estructuras y abordajes en psicoterapias psicoanalítica. Bs. As.: Ediciones Nueva Visión.
Freud, S. (1973). Obras Completas (3ª ed.). Madrid: Biblioteca Nueva.
Liberman, D. (1962). Comunicación en terapéutica psicoanalítica. Buenos Aires: Eudeba.
Romi, J. C. (2004). Nomenclatura de las manifestaciones sexuales, en Revista Argentina de Clínica Neuropsiqiátrica, Año XIV, vol 11, N°2.
Roudinesco, E. y M. Plon (2011). Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.
Pichon Rivière, E. (1981). El proceso grupal. Del Psicoanálisis a la Psicología Social (I) (6ª ed.). Buenos Aires: Editorial Galerna.
Pichon-Rivière, E. (1985). Teoría del vínculo. Buenos Aires. Ediciones Nueva Visión.