Definición de clínica
Se trata de un área de trabajo específica dentro de la psicología, destinada a abordar los problemas psicopatológicos o conflictivos personales- vinculares, que implican algún grado de patología mental. En la clínica pichoniana, no sólo se examinan los procesos psíquicos desde una perspectiva intrasubjetiva, sino también la relación de estos procesos internos con la realidad externa. Se estudia cada polo de esta relación –lo intersubjetivo y lo intrasubjetivo- y el vínculo de conexión que lo interno y externo establecen.
No hay barreras infranqueables entre lo que hace un psicólogo pichoniano cuando trabaja en promoción de salud en un ámbito institucional o comunitario (tarea que tiene efectos terapéuticos conocidos) y cuando lo hace en el terreno terapéutico o clínico (que, aunque centrado en la curación incluye siempre la perspectiva de la promoción de salud). Asistencia de la enfermedad y promoción de salud son dos procesos que, aunque tienen especificidad, son inseparables.
Ambas prácticas comparten un mismo universo conceptual (el ECRO pichoniano) y una técnica: la operativa.
¿Por qué utilizamos el término pichoniano? Porque es Enrique Pichon Rivière, un pensador original que construye un ECRO propio, que sustentado en el materialismo histórico y dialéctico se desarrolla como psicología social, realizando una ruptura dialéctica con la concepción psicoanalítica; ya que como él mismo lo afirmara, junto a Ana P. de Quiroga en el artículo “Del Psicoanálisis a la Psicología Social”, aparecido en “Actualidad Psicológica” en octubre de 1972: “El lugar teórico desde el que proponemos una revisión del esquema conceptual del psicoánalisis e intentamos una fundamentación de la psicología social, es el de la dialéctica materialista, lo que implica la propuesta de un método: el método dialéctico. La elección de éste lugar teórico implica, respecto al psicoanálisis, un cambio de problemática, la apertura de una nueva problemática… La psicología social que postulamos como teoría de la vida psíquica, constituye frente al psicoanálisis un espacio teórico diferente, una óptica distinta, una modificación de las premisas. Psicoanálisis y psicología social no representarían entonces posibilidades de una misma teoría, sino aparatos conceptuales separados por divergencias fundamentales, aun cuando uno aporta sus elementos al otro.”
La fundamentación materialista dialéctica del ECRO puede deducirse de su concepción de la existencia de la realidad objetiva con independencia del sujeto que la refleja, de la consideración de la práctica como punto de partida del conocimiento, del reconocimiento del lugar fundante de la experiencia con otros en la configuración de la subjetividad, del papel determinante de lo social en su concepción del hombre y el lugar de los vínculos, el grupo, la clase social en su definición del mismo, de su definición de sujeto como activo, emergente, producido y productor de su historia individual y social, de la definición de salud mental como adaptación activa, como praxis mutuamente transformadora del medio y el sujeto y su extensión al concepto de conciencia crítica (trabajado con Ana P. de Quiroga), de su concepto de conducta (tanto normal como patológica) y de los principios que la rigen, de su noción de mundo interno como reconstrucción de la realidad externa, de su concepción del movimiento como espiral dialéctica, y por tanto del desarrollo humano, de su adhesión explícita al materialismo dialéctico.
A la vez, conserva transformados y superados conceptos psicoanalíticos: como es la transformación de la definición de series complementarias, en el principio de policausalidad, la inclusión de la determinación social en el mismo, y del elemento fenotípico en el factor constitucional; el interjuego entre procesos conscientes e inconscientes, pero considerados éstos como cualidad de lo psíquico; la noción de conflicto psíquico, entendido en términos dialécticos como el de conflicto de ambivalencia, que juega un papel muy importante en la estructuración de un modelo vincular temprano, normal o patógeno.
El psiquismo humano, como plantea Ana P. de Quiroga en “Apuntes para una Teoría de la Conducta”, es emergente del interjuego entre la organización biológica y la organización social. Es función del cerebro y producto social.
El orden social, una de las condiciones de posibilidad del psiquismo, lo determina través de múltiples mediaciones. La interacción, el vínculo, el grupo, las instituciones, el orden social, son incluidos por Enrique Pichon Rivière como causas internas y condición de posibilidad de la constitución del sujeto.
Esto se lleva a cabo a través de múltiples y complejos mecanismo de inducción, imitación, habilitación de metas y experiencia disponibles, identificación, introyección, proyección, etc.
La relación sujeto-mundo, sujeto-condiciones de existencia, mundo externo- mundo interno es dialéctica.
Los contenidos psíquicos están determinados desde las condiciones concretas de existencia y se configuran a partir de una praxis.
La praxis es hacer, acción transformadora. Compromete al sujeto total, en su acción manifiesta y en su acontecer interno. Por tanto, la representación y el pensamiento, son acción procesada.
Conceptos fundamentales en la clínica pichoniana
Objeto y campo de trabajo de la Psicología social: hombre en situación.
Teoría de los ámbitos
El pensamiento de Enrique Pichon Rivière está sistematizado en un ECRO, esquema conceptual, referencial y operativo, (Zito Lema, 2000). Es una organización conceptual que proporciona líneas de trabajo e investigación que permiten una aproximación al objeto particular.
Se articulan en este ECRO, una concepción del hombre, una hipótesis sobre la configuración del psiquismo, criterios de salud y enfermedad, un enfoque sobre la conducta humana, sobre la vida cotidiana y los grupos.
Enrique Pichon Riviere define a la psicología como social (Pichon Riviere, 1981). Con este enfoque apunta a una visión integral de esta ciencia.
El objeto de estudio de la psicología social es la relación dialéctica que se establece entre la estructura social y la configuración del psiquismo del sujeto (Pichon Rivière, 1981). Esta relación se aborda a través de la noción de vínculo. El vínculo es una estructura compleja que incluye la interacción entre las personas mediante procesos de comunicación y aprendizaje. Es necesario indagar, al investigar la conducta humana, la relación dialéctica entre estructura social y configuración subjetiva a través de la red de vínculos que se entreteje en el ámbito familiar.
El hombre es comprendido en situación. Se pretende así integrar las relaciones entre los hombres, la naturaleza y la sociedad (Zito Lema, 2000).
La persona es comprendida en sus relaciones cotidianas, en su vida cotidiana.
Comprendiendo al ser humano como un ser social se lo puede estudiar según Bleger (1996), en cuatro ámbitos:
- Ámbito psicosocial: abarca el estudio de un individuo a través de todos sus vínculos o relaciones interpersonales. El análisis se centra en el individuo
- Ámbitos sociodinámico: el análisis se centra en el grupo
- Ámbito institucional: el eje de la indagación se centra en la relación de los grupos entre sí
- Ámbito comunitario: el análisis abarca la relación entre las instituciones
Bleger (1996), considera que el ámbito más abarcativo, incluye y determina a los menos abarcativos. El ámbito comunitario abarca y determina las dinámicas institucionales, familiares y la conducta de las personas.
“… el ser humano es un ser de necesidades, que sólo un sujeto relacionado, es un sujeto producido en una praxis. No hay nada en él que no sea la resultante de la interacción entre individuos, grupos y clases” (Pichon Riviere, 1981, p.206).
Criterios de salud y enfermedad
La conducta es comprendida por Pichon Rivière (1981) como una estructura que configura una unidad en la que se relacionan múltiples elementos. Emerge de una trama vincular- social (Pampiega de Quiroga, 1994). La conducta engloba las relaciones del sujeto con su mundo interno y de éste con el mundo externo (naturaleza y sociedad). En el ámbito del yo del sujeto, los objetos y vínculos internalizados interactúan configurando un mundo interno. Es un sistema abierto ya que por mecanismo de proyección e introyección se relaciona con el mundo externo.
La conducta humana normal o patológica es analizada considerando la policausalidad o pluralidad causal que la genera. Esta ecuación etiológica está compuesta por varios elementos que se van articulando evolutivamente, a los que Freud (1973) llamó series complementarias. En este proceso dinámico interviene el factor constitucional que se conforma por elementos genéticos, hereditarios y elementos fenotípicos (Pichon Rivière, 1981) resultantes del contexto social que se manifiesta en un código biológico. A partir del nacimiento, los elementos constitucionales se articulan con las vivencias provocadas por la interacción vincular gratificante o frustrante en la familia, a lo que Freud (1973) denominó factor disposicional.
Cuando una conducta es patológica, un factor actual o desencadenante, una situación de pérdida, frustración o sufrimiento no elaborable para la persona, inhibe el desarrollo proceso de aprendizaje. Se produce una regresión al punto disposicional y el sujeto intenta desprenderse de la situación de sufrimiento mediante técnicas defensivas estereotipadas (Pichon Rivière, 1981).
Las neurosis o las psicosis se desencadenan cuando el grado de disposición a la enfermedad es elevado y se combina con una situación actual de frustración, lo suficientemente significativamente para la persona. Hay una complementariedad de los factores que intervienen en el desarrollo de la conducta.
Continuidad genética y funcional
Enrique Pichon Rivière (1981) postula la hipótesis de una enfermedad única; un único generador de patología al que llama núcleo patogénico y del que todas las formas clínicas serían tentativas de elaboración de una situación de sufrimiento.
El núcleo patogénico sería de naturaleza depresiva, es decir configurado en una secuencia de sucesivas pérdidas y experiencias de frustración que disponen a la enfermedad. En el seno de este núcleo hay un conflicto de ambivalencia que no se resuelve hacia la integración sino hacia la disociación y dilematización del amor y el odio en el vínculo con el otro.
Este núcleo refiere a una estructura conflictiva subyacente. Cuando se articulan los factores disposicionales con los actuales, los mecanismos de defensa se rigidizan, las ansiedades se intensifican y se bloquea la relación entre el mundo interno del sujeto y el mundo externo (Pampliega de Quiroga, 1994). Una situación de pérdida reactivaría en la persona que enferma conflictos infantiles no resueltos, desencadenando un proceso de regresión a puntos disposicionales (Pampliega de Quiroga, 1994).
La salud mental está identificada con el registro de las propias necesidades y de la cotidianidad en la que está inmerso el sujeto. Se habla de salud cuando está presente la posibilidad de integrar el yo, el objeto y el vínculo, reconociendo los aspectos de gratificación y frustración, de amor y de odio (Pampliega de Quiroga, 1994).
Pluralidad fenoménica: áreas
La conducta se expresa en tres áreas: mente, cuerpo y mundo externo (Pichon Rivière 1981). En estas áreas el yo organiza proyecciones de objetos y vínculos. El sujeto expresa fenoménicamente en la mente, en el cuerpo y en el mundo, sus relaciones vinculares.
Siguiendo las conceptualizaciones del Pichon Rivière (1981), José Bleger (1996) sostiene que “la pluralidad fenoménica tiene su unidad en el fenómeno de la conducta misma, en el funcionamiento altamente perfeccionado del sistema nervioso central, y en el ser humano considerado siempre como persona en cada una de sus manifestaciones, vinculado en su condición humana al medio social” (p.29).
Representa gráficamente los tres tipos de conducta como tres círculos concéntricos, enumerando los fenómenos mentales, corporales y los de actuación en el mundo externo, como uno, dos y tres respectivas
Trastornos de ansiedad: Trastorno de pánico
Los trastornos de ansiedad incluyen las siguientes nomenclaciones: crisis de angustia (“panic attack”), agorafobia, trastorno de angustia (“panic disorder”) sin agorafobia y con agorafobia, agorafobia sin historia de trastorno de angustia, fobia específica, fobia social, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de ansiedad debido a enfermedad médica, trastorno de ansiedad inducida por sustancias, trastorno de ansiedad no codificada, según codificación del DSM IV (Pichot 1995).
Como se expone anteriormente, el trastorno de pánico es una categoría diagnóstica relativamente reciente. Su inclusión en el DSM III data de 1980. Luego se lo retoma en 1994, en el DSM IV (Pichot 1995).
Es oportuno recordar que en 1992, la OMS incluye este cuadro en la Clasificación Internacional de Enfermedades 10°versión (CIE-10) (López, 1992).
Criterios para el diagnóstico de crisis de angustia (“panic attack”):
Aparición temporal y aislada de miedo o malestar intensos, acompañada de cuatro (o más) de los siguientes síntomas, que se inician bruscamente y alcanza su máxima expresión en los primeros diez minutos:
1) Palpitaciones, sacudidas del corazón o elevación de la frecuencia cardíaca
2) Sudoración
3) Temblores o sacudida
4) Sensación de ahogo o falta de aliento
5) Sensación de atragantarse
6) Opresión o malestar torácico
7) Náuseas o malestares abdominales
8) Inestabilidad, mareo o desmayo
9) Desrealización (sensación de irrealidad) o despersonalización (estar separado de uno mismo)
10) Miedo a perder el control o volverse loco
11) Miedo a morir
12) Parestesias (sensación de entumecimiento u hormigueo)
13) Escalofríos o sofocaciones (Pichot, 1995, pp. 403 -404)
El ataque de pánico se configura como trastorno de angustia cuando las crisis son inesperadas, recidivantes y al menos una ha sido seguido durante un mes, o más de uno, o más de los siguientes síntomas:
- Inquietud persistente ante la posibilidad de tener más crisis
- Preocupación por las implicaciones de la crisis o sus consecuencias (por ej. Perder el control, sufrir un infarto del miocardio, volverse loco)
- Cambio significativo del comportamiento relacionado con las crisis (Pichot, 1995)
El pánico se caracteriza por una vivencia de miedo intenso o terror, con sensación de descontrol, desvanecimiento o muerte inminente, que se presenta súbita y espontáneamente en individuos predispuestos (Cía, 2002).
Angustia significa etimológicamente constricción, sofocación, estrechez, opresión; refiere a la sensación de opresión precordial y epigástrica, con el desasosiego que la caracteriza. Se vivencia como una amenaza de muerte inminente y sensación de pérdida de control. La ansiedad se vive como incertidumbre e inseguridad.
Clásicamente, la tendencia ha sido a diferencia ambos términos debido a que desde el punto de vista psicopatológico ofrece matices diferentes. En la actualidad tiende a utilizárselo en forma indistinta (Cía, 2002).
Áreas de expresión de la ansiedad involucradas en el trastorno de pánico
Peter Lang (1968, citado en Cía, 1999), plantea que la ansiedad se manifiesta en tres áreas:
- Fisiológico, somático o corporal
- Cognitivo, mental o subjetivo
- Conductual o comportamental
Los síntomas pueden manifestarse en estas tres áreas en forma conjunta y se activan en mayor o menor grado en diferentes individuos.
El papel de la ansiedad en el trastorno de pánico
La palabra ansiedad deriva del latín “anxietas”, que significa congoja o aflicción. Consiste en un estado de malestar psicofísico que se caracteriza por turbación, inquietud, zozobra, inseguridad y temor ante lo que se vivencia como una amenaza inminente.
La diferencia entre ansiedad normal y patológica es que la última se funda en valoraciones irreales de la amenaza. La ansiedad leve produce una sensación de inquietud, intranquilidad y desasosiego; la ansiedad severa puede paralizar al individuo y transformarse en pánico (Cía, 2002).
El pánico se caracteriza por una vivencia de miedo intenso o terror, con sensación de descontrol, desvanecimiento o muerte inminente que se presenta súbita y espontáneamente en individuos predispuestos (Cía, 2002).
La ansiedad es una emoción que tiene correlatos fisiológicos llegando a afectar a todos los sistemas del organismo (Franchi, 1998).
Alfredo H. Cía (1990), siguiendo el enfoque cognitivo comportamental, describe los síntomas fisiológicos, somáticos o neurovegetativos de ansiedad que se manifiestan en el ataque de pánico, los síntomas mentales, cognitivos o subjetivos y los síntomas comportamentales.
Entre los síntomas fisiológicos se destacan los cardiovasculares, respiratorios, gastrointestinales, genitourinarios, neurovegetativos, neurológicos y psicofísicos.
Los síntomas cognitivos se expresan en inseguridad, preocupación, sentimientos de inferioridad, incapacidad para afrontar situaciones, anticipación de peligros potenciales, dificultad en la concentración, apatía y pérdida de la capacidad objetiva para pensar.
Los síntomas comportamentales se manifiestan como inquietud o hiperactividad, parálisis motora, movimientos torpes, temblorosos, desorganizados tics, tartamudeos o movimientos repetitivos sin sentido y comportamientos de evitación de la situación temida.
El modelo cognitivo, según Clark (1997, citado en Chappa, 1999), puntualiza que la persona que reacciona con ansiedad interpreta erróneamente estímulos que no revisten peligrosidad.
Las reacciones de ansiedad persisten debido a que las personas despliegan estrategias cognitivas y conductuales para prevenir las consecuencias temidas. Los síntomas de ansiedad agravan la sensación de peligro. Así se configura un círculo vicioso generador de nuevos ataques de pánico (Clark, 1986, citado en Chappa, 1999).
Los pacientes que desarrollan trastorno de pánico, es decir ataques de pánico recurrentes, tienden a interpretar ciertas sensaciones corporales catastróficamente.
Los estudios epidemiológicos indican que la frecuencia con que se experimentan crisis de pánico es de 7 al 28% (Williams y col., 1988; Margraf y Ehlers, 1988, citados en Chappa, 1999), sin embargo, solamente entre un 3 y un 5% de las personas desarrollarán un trastorno por pánico, es decir sufrirán la crisis en forma recurrente.
Clark, (1997, citado en Chappa, 1999), plantea que esa tendencia a interpretar catastróficamente los síntomas de ansiedad puede deberse a experiencias de aprendizaje o ser la consecuencia de la manera en que el paciente, las personas allegadas o el médico responden al primer ataque.
Según Chappa (1999), las experiencias de aprendizaje de los sujetos y actitudes familiares no han sido suficientemente investigadas.
Chappa (1999), sostiene que para que las crisis se desencadenen, además de la significación peligrosa, catastrófica, de los síntomas de ansiedad es necesario que la persona instale la lucha contra los mismos; al fracasar en el control la crisis se desencadena.
La sensibilidad a la ansiedad (Reiss, 1991), consiste en el temor a los síntomas de ansiedad. El temor se centra en la pérdida del control sobre las emociones.
Según, Lazarus y Volkman (1986), la significación de la amenaza no es suficiente para el desencadenamiento de la crisis; es necesaria la percepción por parte de la persona de su incapacidad, de su falta de recursos para enfrentar el peligro. La falta de recursos para el afrontamiento está ligada al concepto de vulnerabilidad. Beck (1979/1983), define la vulnerabilidad como la percepción que tiene un sujeto de su falta de recursos para enfrentar peligros internos o externos. La persona remarca la falta de confianza en sí misma y anticipa resultados negativos frente a cualquier empresa que emprenda. El sentimiento que emerge según Bandura (1969), es el de ineficacia personal.
El paciente afectado de pánico, cuando los síntomas aparecen, comienza a luchar para que cesen; al fracasar en este intento se activa el sentimiento de vulnerabilidad, la percepción de que es incapaz de controlar los síntomas que se interpretan como muy graves; la crisis se desencadena por aumento sostenido del temor.
El modelo cognitivo comportamental afirma que el sujeto que desarrolla crisis de pánico cuenta con una vulnerabilidad básica dada por la sensibilidad a la ansiedad, el miedo a las emociones y el temor a perder el control sobre las mismas. Esto genera un tipo de ansiedad que se denomina basal y la lucha contra los síntomas que resulta infructuosa, genera un tipo de ansiedad que se denomina secundaria (Chappa, 1999).
Estructuración subjetiva y configuración familiar
En los grupos familiares de origen de los pacientes con trastorno de pánico hay un funcionamiento enfermo. Sin embargo, la patología intenta depositarse en la persona que manifiesta los ataques de pánico. Distintos integrantes del grupo familiar tienen síntomas, pero generalmente, hay uno que es designado para que asuma el rol de enfermo. El paciente es el despositario de distintos aspectos patológicos que son depositados por cada uno de los otros miembros, ya que es el miembro dinámicamente más fuerte, debido a que su estructura personal le permite hacerse cargo de la enfermedad grupal.
En la dinámica familiar las fronteras entre padres e hijos no están delimitadas y los roles están alterados. El rasgo fundamental es la falta diferenciación entre los integrantes. Los límites entre el subsistema parental y fraternal no están claros. Son subsistemas aglutinados y los límites son difusos. El límite que separa a los padres de los hijos es invadido con frecuencia.
Las características vinculares de estas familias muestran los rasgos de los grupos epileptoides (Pichon Rivière, 1997). La tendencia predominante de los vínculos es a la aglutinación. Este tipo de relaciones promueve la confusión en las funciones que desempeña cada integrante del grupo familiar. Las necesidades quedan insatisfechas.
La indiscriminación en el establecimiento de vínculos y funciones se entrelaza con el malestar, la dependencia y la escasa posibilidad de realizar aprendizajes que promuevan el adecuado pasaje a la adultez.
La alteración de roles en la dinámica familiar en relación a hijos y padres durante el desarrollo evolutivo promueve el desamparo en momentos de vital importancia. Los roles son suplementarios.
Se genera un tipo de vínculo en el que no hay una conexión verdadera con los deseos de la otra persona. Se impone lo propio y se la abandona en el acompañamiento del sano desarrollo de sus potencialidades. La falta de amparo y sostén en el despliegue emocional se combina con sobreprotección. La sobreprotección se relaciona con una creencia de que el ambiente extra familiar es peligroso y hostil, para un sujeto incapaz de desempeñarse eficazmente ente él.
El exceso en la protección del hijo es la expresión de un vínculo fusionado en el que los deseos y conflictos no resueltos de los padres se trasladan a los hijos. En este tipo de vínculo quedan truncadas las elecciones de vida de la persona. Se establece un rígido control ante la posibilidad de desarrollo autónomo. La protección excesiva ante los peligros que encierra la vida cotidiana hace que el progenitor se asegure de que el hijo dependerá de él, porque no desarrolla los recursos y capacidades que requiere el desempeño eficaz ante las contingencias diarias. El establecimiento de ese vínculo de dependencia enmascara la inmadurez emocional de los padres. Los padres no se adecuan emocionalmente a las necesidades de los hijos. La rigidez en las relaciones hace efectivo el control.
La comunicación en las familias de las personas con trastorno de pánico esta obstaculizada; los mensajes no circulan en el grupo constituyéndose los secretos familiares.
Se observa una modalidad de interacción familiar en la cual se configuran tríadas rígidas. La triangulación, describe una situación en la que los padres en conflicto, intenta cada uno, ganarse el cariño del niño en contra del otro. El establecimiento de alianzas y coaliciones en los vínculos genera sentimientos de rivalidad y competencia entre el hijo y el miembro de la pareja parental el sobre involucrado. El otro aparece distanciado y en algunos casos ausente.
Esta particular dinámica de las familias de origen de las personas con trastorno de pánico es un elemento importante en la disposición a enfermar. Esta disposición se expresa en la estructuración subjetiva de estas personas.
Un rasgo destacado de la personalidad es la dependencia que establecen en sus relaciones y está relacionado con la inhibición de las conductas exploratorias en la temprana infancia, por parte de padres sobreprotectores. Esto perturba la regulación adecuada entre el apego y la separación de las figuras de afecto. Ambas situaciones se excluyen entre sí; se percibe la separación temporal de una figura protectora como un peligro inminente, pero al retomar el contacto físico, se siente la restricción de la libertad.
En relación a la organización del yo se lo percibe como frágil. La persona se representa a sí misma como impotente, débil e indefensa. La lábil representación de sí parecería llevar a un sentimiento cambiante en relación a la integridad de la identidad del sujeto. Son personas introvertidas, tímidas y de mucha sensibilidad.
Existen dificultades para establecer una delimitación yo-otros, lo que se relacionaría con una endeble configuración de la autonomía.
La falta de certidumbre en relación al deseo propio parecería ser una característica destacada, junto al sometimiento a las necesidades de los otros.
Una de las características destacables es el predominio de una baja autoestima. La desvalorización parece provenir del establecimiento de objetivos difíciles de alcanzar y de mandatos parentales estrictos. La exigencia es elevada por lo que la persona suele no valorizar sus logros. El perseguir metas grandiosas aumenta los sentimientos de frustración.
La forma de adaptación al medio social es sobreadaptada; la persona niega su identidad desconociendo sus necesidades y se somete a los mandatos sociales. Los propios deseos, emociones y pensamientos parecen ser negados y las señales del cuerpo suprimidas.
Se relacionaría con este rasgo, el ritmo de trabajo impuesto y auto impuesto que lleva a una vertiginosidad en la vida cotidiana y la aceptación de la inducción al consumismo.
El tipo de pensamiento es catastrófico. La persona piensa lo peor con la convicción de que existe una alta probabilidad de que el evento ocurra tal como lo piensa. Interviene la exageración en la predicción de los resultados.
Este tipo de pensamiento suele ir acompañado de imágenes con un contenido negativo. Y tiene relación con las emociones que predominan: ansiedad, angustia, tristeza, impotencia, miedo y culpa. Se observa un estado de ánimo desganado y parálisis en la acción.
Las técnicas que utiliza el yo para el control de la angustia son: el control omnipotente, la racionalización, la inhibición de la agresión y de la acción y la evitación de situaciones peligrosas. Estos mecanismos de defensa tienen por finalidad contrarrestar situaciones temidas por la persona y mitigar la angustia. Este objetivo no se logra y la angustia se intensifica transformándose en pánico.
Referencias bibliográficas
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